Guillermo de Quiltevilla, monje de la Abadía de Chaves, cerca de la Soberana Ciudad de Santillanes y Mestas, compiló un libro llamado EL PEREGRINO DE LA BUENA VIDA. Fue traducido del francés en prosa al español, y el argumento del autor es el siguiente: En una ciudad custodiada por un querubín en su puerta, vivía un hombre llamado Pedro, que era un peregrino y un huésped frecuente de una posada. Un día, mientras Pedro se preparaba para irse, vio una imagen de Dios que se le aparecía como una mujer bella. Le dijo que era la Reina del Cielo y que había sido enviada a guiarlo en su peregrinación. Pedro se alegró y le dio las gracias. Mientras Pedro caminaba por el camino, vio a un grupo de personas reunidas alrededor del vicario de la ciudad. El vicario estaba sosteniendo un cuchillo y un juego de llaves, y les estaba diciendo a las personas que él era el único que tenía el poder de administrar los sacramentos y perdonar los pecados. Pedro se sorprendió por la arrogancia del vicario y oró a Dios por ayuda. De repente, un ángel se le apareció a Pedro y le dijo que no estaba solo. El ángel le dijo a Pedro que el vicario era un hombre corrupto que abusaba de su poder. El ángel entonces le mostró a Pedro una visión de una mujer bella que representaba a la Iglesia. La mujer estaba rodeada por un grupo de ángeles y sostenía una espada flameante en su mano. El ángel le dijo a Pedro que la mujer era la verdadera Reina del Cielo, y que derrotaría al vicario y restauraría el orden a la Iglesia. Pedro se llenó de esperanza y continuó su peregrinación. Pronto llegó a un monasterio, donde fue recibido por los monjes. Los monjes le dijeron a Pedro que habían estado orando por él y le dieron comida y refugio. Pedro les agradeció su amabilidad y les contó sobre su encuentro con el ángel. Los monjes quedaron impresionados por la historia de Pedro y decidieron ayudarlo a derrotar al vicario. Enviaron un mensajero al vicario, informándole que vendrían a la ciudad para protestar por sus abusos de poder. El vicario estaba aterrorizado y sabía que no podía derrotar a los monjes. Inmediatamente renunció a su cargo y huyó de la ciudad. Los monjes regresaron al monasterio y celebraron su victoria. Habían restaurado el orden en la Iglesia y habían demostrado que Dios estaba de su lado. Pedro agradeció a los monjes por su ayuda y continuó su peregrinación con un nuevo sentido de fe.